MAESE AUGUSTUS | Relato Jacobo Grinberg

A las ocho de la noche, Maese Augustus salió de la reunión. Su porte era majestuoso, llevaba las manos entrelazadas por la espalda y caminaba pensativo. Se decía que siempre que Augustus lograba un éxito adoptaba esa misma postura. Se dirigió a la sala de columnas y tras acomodarse los anteojos salió al jardín. La noche era fresca y olía a duraznos.

Augustus hizo una larga y profunda inspiración y comenzó a tararear el último movimiento de la cuarta sinfonía de Mahler. Pocas veces se había sentido mejor que en esa reunión del consejo. Ante la misma presencia del presidente, había desarrollado el análisis más profundo de que se tuviera memoria, de un evento ocurrido en la última guerra mundial.

Todo había comenzado con aquella conversación que sostuvo hacía seis meses con el ex oficial inglés, durante un vuelo de Nueva York a Hamburgo.

Había planeado revisar en el avión la conferencia que tenía preparada para la Junta de Rectores de Universidades que se celebraría al siguiente día. No pensaba hablar con nadie, pero junto a él se hallaba sentada la persona con los rasgos fisonómicos más interesantes que jamás hubiera visto. Inmediatamente empezó la conversación. Augustus le explicó que era rector de una de las más grandes universidades del mundo, su vecino de asiento platicaba acerca de sus experiencias como ex oficial durante la segunda Guerra Mundial…

«Nos encontrábamos a 40 kilómetros del campo de concentración, nuestro superior nos había informado que los rusos estaban acercándose al mismo para ocuparlo, y que nosotros debíamos adelantarnos.

» La razón de la prisa era dramática. En el campo quedaban vivos una docena de niños y una veintena de mujeres. Las cuidadoras de los prisioneros habían recibido la orden de matarlos al día siguiente; la única forma de salvarlos era llegar esa misma noche, para ocupar por sorpresa las instalaciones.

» El regimiento se puso en marcha y a las cinco de la mañana divisamos el campo, era un conjunto de barracas rodeadas de una cerca doble y un grupo de torres rectangulares terminadas en casetas con reflectores. La madrugada era brumosa y fría y el pensamiento de lo que podía estar sucediendo dentro de las barracas nos hacía sentir en un mundo irreal. El plan de ataque era excelente y permitiría ocupar por sorpresa las instalaciones.

» A las seis de la mañana estábamos adentro, lo único que encontramos fueron cadáveres y tres cuidadoras escondidas en un sótano. Dos de ellas eran robustas y su edad podía haber sido 30 o 32 años, la tercera, era una muchacha rubia, esbelta y no mayor de 28 años. El cuerpo de psiquiatras que nos acompañaba decidió entrevistarlas.

» La reunión se realizó en la barraca del que era jefe del campo, había una mesa larga y seis bancos, tres de ellos los ocuparon los psiquiatras y los restantes las tres mujeres.

» El doctor Ray les preguntó: “quisiéramos saber la razón por la que ustedes, madres de familia con hijos, asesinaron a unos niños indefensos y a mujeres que no les habían hecho ningún daño”.

» Ninguna contestó, parecían no haber escuchado. La pregunta se repitió en alemán una docena de veces con el mismo resultado, una expresión de asombro y un silencio. Simplemente no entendían lo que se les preguntaba».

Maese Augustus le contó de la conversación a su superior y éste, a su vez, al presidente del consejo… era necesario hacer un análisis del porqué; saber cómo el hombre había llegado a tales extremos y, sobre todo, explicar qué es lo que hacía a las cuidadoras no entender la pregunta.

A Maese Augustus se le asignó la tarea de hacer el análisis, que debería presentarse en la próxima reunión del consejo directivo, a realizarse en 4 meses…

«Queridos hermanos, estimadísimo presidente: estas son las conclusiones a que he llegado después de profunda meditación.

» El tiempo que se me fijó para realizar esta monumental tarea fue demasiado corto, por lo que el análisis adolece todavía de algunos puntos oscuros, sin embargo, hay otros que tienen suficiente claridad como para ser presentados aquí: la familia alemana típica de la preguerra se caracterizaba por su autoritarismo, el padre decidía todo, desde la hora de la comida hasta el

partido político cuya ideología debían aceptar hijos y esposa.

» La estructura que sostenía las relaciones entre los miembros de la familia se basaba en la idea de que cada uno tenía un rol al que debía ajustarse.

» Así, el padre era quien debía ordenar todos los asuntos importantes, la esposa debía acatar las decisiones del marido y los hijos, continuar la tradición familiar. Cualquier manifestación que se apartara de lo esperado de acuerdo al rol de cada quien, era castigada con el desprecio y la animosidad.

En cambio, la exageración del rol era premiada en todas las formas posibles.

Si la estructura decía que las hijas debían ser sumisas, dulces y obedientes y alguna de ellas era más sumisa, más dulce y más obediente que lo normal, su conducta era considerada como la más digna, aceptable y adecuada.

» Dentro de muchas familias se presentaban claras señales de competencia por ajustarse en forma más ortodoxa a los roles asignados; esto se veía más frecuentemente entre las hijas y los hijos. La competencia era por lograr mayor aceptación por parte de aquel miembro de la familia que representaba la autoridad, es decir, el padre. Este deseo de ser aceptado por la autoridad, se puede explicar de la siguiente forma: “…vivir desempeñando un rol significa sólo un autoengaño, la persona se convierte en el rol y deja de ser ella misma. Puesto que el ser uno mismo es una necesidad y el rol es sólo la apariencia de ser uno mismo, se crea el acuerdo de que alguien mantenga y valide el rol a cambio de la sumisión”.

» En algunas ocasiones un miembro de la familia podía intentar dejar de depender de la estructura y por tanto salirse de su papel. En ese caso los demás miembros consideraban que se había apartado del camino, y por lo tanto trataban de volver a introducirlo a la estructura. La persona así manejada podía caer en la máxima de las inseguridades, puesto que comenzaba a pensar que estaba haciendo algo muy malo, pero al mismo tiempo sentir que regresar a la estructura significaba ser muy infeliz.

» Pensaba que todos deseaban su retorno, puesto que demostraban una gran preocupación que en apariencia era auténtica, pero no era más que un chantaje emocional dirigido a darle más realidad a la estructura que alguien estaba poniendo en duda.

» El resultado de todo esto es que aquellos que salían de la estructura regresaban a ella impulsados por un sentimiento de culpabilidad que no podían superar.

» Exactamente la misma situación se aplicaba al padre, aunque a un nivel más general. Éste se veía presionado a aceptar la estructura, porque así es como lo exigía la sociedad que lo rodeaba y además consideraba que era lo único adecuado y seguro.

» Puesto que nadie de la familia vivía una verdadera realidad interna, todos se convertían en autómatas salvaguardas de la estructura que se les había impuesto.

» Las relaciones intra e interfamiliares se regían por una serie de acuerdos tácitos que se caracterizaban por dar y recibir la seguridad de que se estaba siendo auténtico. Jamás se ponían en duda esos acuerdos, por la sencilla razón de que no sabía que existieran.

» Las tres cuidadoras del campo de concentración provenían de familias como las descritas. Cada una de ellas vivió, en su infancia y adolescencia, un rol asignado e impuesto y todos los acuerdos emergidos del mismo.

» Ellas aceptaban ciegamente la estructura de sumisión porque estaban convencidas de que ésta y los roles que se les atribuían eran lo único que las llevaría a ser ellas mismas.

» Por supuesto que toda la situación descrita tenía como fundamento una profunda inseguridad interna y la no menos profunda seguridad de que aquello que todos quienes las rodeaban consideraban cierto, lo era realmente.

» La realidad de las cosas es que en esa situación nadie era él mismo, solamente creían ser aquello que los demás definían como deseable y por tanto nadie ponía en duda la validez de lo así definido.

» La subida de Hitler al poder y todo el liderazgo asociado con él, fue un acontecimiento lógico y predecible. Hitler dio a la estructura de autoridad un carácter místico y grandioso.

» Las personas que sólo sabían vivir roles, se vieron a sí mismas haciendo lo más valioso a lo que un ser humano pueda aspirar. Hitler les daba seguridad en su profunda inseguridad y esto hizo que el liderazgo naciente adquiriera una fuerza descomunal.

» La base de esta aparente seguridad fue el acuerdo compartido por todos acerca de su superioridad sobre todas las demás “razas”»…

 

Una mañana fresca de abril, la atmósfera es limpia y transparente, el Rin corre plácido entre los campos y el sonido de sus cascadas y corrientes se oye en todo el campamento de la juventud. En medio del valle se levanta una serie de casas de campaña que rodean en semicírculo a un asta bandera. La tela con la esvástica está en lo alto y el viento que viene del sur la hace moverse.

Karina, la mayor de las tres amigas se despierta y estira los brazos, la tienda de campaña está iluminada por una luz ambarina, y el aire fresco de las montañas y el sonido del Rin penetran a través de la lona de las paredes y el techo.

 

Es una bella mañana; quedan diez minutos antes de que toque la corneta que señala la hora de levantarse para empezar el entrenamiento diario. Las dos amigas de Karina siguen durmiendo en sus catres. Helia es muy bella, todos admiran su tipo rubio y esbelto, y en ocasiones es mostrada por los supervisores como ejemplo de lo que pudiera ser la raza aria del futuro;

Yusia, en cambio, tiene un tipo muy desagradable, morena, regordeta y de ojos oscuros; los compañeros de entrenamiento a veces han llegado a decir que se parece a las judías. Esto molesta sobremanera a Karina, está de acuerdo en que Yusia no es muy aria, pero decir que parece judía… ¡es el colmo!

Precisamente ayer se peleó con Hans por ese motivo, la verdad es que no creía poder ser tan agresiva cuando alguien la hacía enojar, pero Hans se lo merecía.

Era muy bonito levantarse antes del toque de corneta y ponerse a pensar lo que habían aprendido el día anterior… ayer en la mañana el supervisor las había llevado a una cueva y allí había hecho el amor con las tres, eso, decía, demostraba la capacidad y la fuerza de un miembro de las Juventudes Hitlerianas; en verdad había sido una gran experiencia. Lo más grandioso había sido ese grito de ¡Heil Hitler!, en el momento del orgasmo común.

A mediodía habían ido a admirar la belleza de la cañada y, como siempre, habían tenido que descuartizar con sus propias manos el conejo que habían cazado vivo y les serviría de alimento. Poder hacerlo, decía el supervisor, es una experiencia mística de fuerza y entereza. Daba un poco de lástima ver aquel conejo retorciéndose por el dolor, pero constituía una gran alegría poder superar los inútiles sentimientos de compasión que despertaba aquel animal inferior.

Después de la comida habían recibido su clase de las tardes. Ayer se revisó la historia alemana posterior a la primera Guerra Mundial. No era posible entender la injusticia del Tratado de Versalles más que conociendo que en su redacción había participado un perro judío… cómo los odiaba, ellos eran la causa de todos los males que sufría la madre patria, y todo por su maldito deseo de dinero y poder; eran inferiores a aquel conejo que habían descuartizado.

En la noche se habían reunido alrededor del fuego y habían cantado… era muy emocionante sentirse constructores del futuro imperio, jamás en la vida de ninguna nación, una juventud había tenido más suerte… era muy bello haber nacido en la misma época que Adolfo —Karina volteó para ver si alguien había oído ese pensamiento—, se sintió avergonzada de llamarlo por su nombre de pila pero es que… lo amaba tanto…

Faltaban dos minutos para el toque de corneta; Karina miró su reloj y de repente se empezó a sentir angustiada… «Dentro de una semana se hará la prueba de selección y todos desean ocupar los primeros puestos. El máximo honor es ser seleccionado para ir a los campos…».

El dormitorio que les habían asignado no era del todo desagradable, las camas eran mullidas y la comida buena.

Las tres amigas estaban ansiosas por comenzar a trabajar, todo era como se lo habían imaginado, excepto aquel asqueroso olor, en verdad era para enojarse… ni siquiera en aquellas circunstancias los perros judíos podían dejar de vengarse y de hacer porquerías.

En la noche, después de recibir instrucciones, fueron al comedor común, era delicioso escuchar las historias que contaban los cuidadores veteranos; uno de ellos acaparaba en esos momentos la atención de todos: «… es absolutamente increíble el nivel de degradación al que pueden llegar estos infrahumanos, hasta un puerco cuida de su prole, pero ellos son capaces de asesinar a sus hijos. La historia es verídica, se los juro, encontraron en un sótano de Varsovia a una judía, ahorcando con sus propias manos a su bebé…».

Karina se sintió muy bien, era realmente necesario acabar con todos ellos, de no hacerlo, no se llegaría a construir la sociedad ideal que tanto anhelaban…

 

El humo de los incendios cubría toda la ciudad, dentro de las murallas todo era ruinas, el grupo de soldados buscaba, los perros olfateaban y olfateaban… el sótano estaba repleto, todos oían los pasos de los soldados y el jadeo de los perros, nadie se atrevía a respirar. Malka sostenía a su bebé rogando al cielo que no empezara a llorar, lo abrazaba tratando de consolar su hambre; los dos ojos muy abiertos miraban a su madre.

Habían pasado ya dos horas, la tensión era insoportable, los cuerpos sudorosos trataban de satisfacer su sed de oxígeno con ese aire enrarecido, el bebé empezó a gemir, todos miraron a Malka con ojos de espanto, ésta abrazaba a su hijo y lo acariciaba en silencio, el niño iba a llorar, en dos segundos iba a empezar a llorar, Malka lo sabía, debía quererlo más, consolarlo más; colocó la carita contra su pecho y lo abrazó desesperadamente: el niño se calmó, ya no iba a llorar… nunca más…

Maese Augustus hizo una pausa, no podía continuar, miró a sus hermanos y con voz emocionada dijo: «Debemos evitar que algo semejante vuelva a ocurrir, el hecho de saber que el ser humano tiene un mecanismo que bloquea una realidad cuando ésta se opone a una estructura basada en acuerdos, hará que por lo menos ninguno de nosotros se engañe…»

El edificio de la rectoría era el orgullo de la ciudad, sus 25 pisos y el escudo gigantesco que colgaba de su torre panorámica fueron lo primero que vio Augustus al bajar del avión; como siempre, Angelicus, su chofer, lo esperaba junto a la limosina. Augustus lo saludó y se sentó en el asiento posterior.

Angelicus admiraba mucho a Maese Augustus, todos sabían que la universidad era su obra y que seguiría en ella hasta el momento de morirse…

Augustus se sentía muy satisfecho consigo mismo, le había costado 40 años de su vida hacer que la universidad fuera considerada una de las mejores del mundo, nadie mejor que él sabía los sacrificios que eso había implicado y ahora era el momento en que podía descansar, sin embargo, todavía quedaba pendiente la construcción del seminario de estudios humanos, era una empresa grandiosa, tanto como la suma necesaria para construirlo. Augustus había visitado todas las fundaciones del país, pero ninguna estaba lo suficientemente interesada para financiar las obras, alguna solución tendría que encontrar…

 

Pilar, la secretaria privada de Augustus le pasó la llamada telefónica, era el ministro de asuntos internos de la nación:

—Estimado Augustus, nos hemos enterado de su interés en crear un seminario de estudios humanos y estamos dispuestos a colaborar en su realización…

Augustus no podía creer lo que escuchaba, siempre había considerado al ministro como alguien desinteresado en la universidad y he aquí que era él quien resolvería su problema. Se dio cuenta de que el ministro no había terminado de hablar:

—… Lo único que pedimos a cambio es una declaración suya, apoyando las medidas políticas que nuestro gobierno ha puesto en marcha para salvaguardar la tranquilidad del país.

Augustus sabía que tendría que contestar en ese mismo instante… tendría su seminario a cambio de una declaración pública… las medidas políticas para tranquilizar al país no eran después de todo tan malas, es verdad que restringían algunas libertades menores… pero eso sólo era temporal y no causaría ningún daño… su seminario… declaración política… su seminario… la universidad… su obra…

—¡Estoy de acuerdo, señor ministro!

Augustus no había perdido la costumbre de dar clases. Todos los miércoles a las nueve de la mañana el auditorio central de la universidad se destinaba a esa cátedra.

En el auditorio no había suficiente espacio para todos los estudiantes que se interesaban por escuchar a Augustus. Augustus se acomodó sus anteojos y comenzó la disertación: «El día de hoy hablaré sobre los efectos nefastos que resultan del establecimiento de acuerdos y de la dificultad del ser humano para darse cuenta de la existencia de ellos…».

Augustus no se sentía bien, algo en su interior se quebró: Maese Augustus empezó a ser espectador de Maese Augustus.

Información extraída del Libro Retorno a la luz, La cualidad de la experiencia es conciencia, cuando ves una luz en la cualidad luminosa está la conciencia, la luz no existe ni afuera ni adentro, no existe como fenómeno físico en el espacio, lo que existen son una serie de ondas electromagnéticas o cambios fotónicos, tampoco existe la luz en la actividad cerebral, como luz en esa cualidad perceptual es conciencia.

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Jacobo Grinberg

NEUROFISIÓLOGO Y PSICÓLOGO

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